La leyenda del Popo y el Izta, también conocido por Don Goyo y la mujer dormida, comienza en la época prehispánica. 

Cuenta la leyenda que estos dos volcanes representan a una doncella y a un guerrero Tlaxcalteca. La historia comienza cuando los habitantes de Aztlán inician su peregrinar hasta fundar la ciudad de Tenochtitlan, y se convierten en el pueblo Azteca, el gran dominador de la región de Mesoamérica. 

Los demás pueblos que conviven con ellos tienen la obligación de entregarles ofrendas a manera de tributo, situación por la que son temidos y odiados. 

Cansado de ser uno de los esclavos de los aztecas, el cacique de Tlaxcala, comienza una feroz lucha contra los aztecas para poder liberar a su gente. Este cacique es padre de una bellísima joven llamada Iztaccíhuatl, tan hermosa y encantadora es la princesa, que el día que nace, los dioses permanecen horas y horas admirando su belleza.

Al crecer, la princesa conoce al guerrero más valiente de los Tlaxcaltecas, de nombre Popocatépetl, ambos se miran por primera vez y quedan perdidamente enamorados. 

Popocatépetl, habla con el cacique y le pide la mano de su hija en matrimonio, y el cacique acepta, pero con la condición de que Popocatépetl regrese victorioso de la batalla en contra de los aztecas. 

A los dos meses, los guerreros que volvían malheridos, empiezan a esparcir el rumor de que el valiente Popocatépetl ha sido asesinado por los guerreros aztecas. Cuando se entera de esto, la princesa Iztaccíhuatl, siente como si el corazón se le quebraron mil pedazos, perdiendo todo ánimo para seguir viviendo en este mundo donde ya no respira porque su gran amor ha muerto. Ni los ruegos de su padre, ni todos los cuidados de los hechiceros tlaxcaltecas, nada consigue que la princesa recobre la fuerza de antes y su salud, empieza a empeorar día a día. 

A la siguiente mañana, fallece por la infinita tristeza que alberga en su pecho. Semanas más tarde, Popocatépetl regresa, tal y como lo prometió, victorioso y listo para casarse con su amor Iztaccíhuatl, pero su felicidad se convierte en llanto al saber que su amada yace sobre un lecho de flores sin vida.

Por extraño que parezca, el cuerpo de la princesa permanece sin huellas de putrefacción, como si estuviera dormida, casi como si esperara el regreso de su prometido. Popocatépetl es ascendido al grado de general y ordena a sus guerreros que construyan un altar monumental donde pueda velar a su querida princesa. Diez losas de piedra pulida son colocadas una sobre otra, para que la bella joven quedé como si estuviera en un pedestal, en dónde Popocatépetl la lleva cargando hasta la cima y la deposita con mucho cuidado y mucho amor.

Después de darle un beso en la frente y de bañar su rostro con sus lágrimas, el guerrero enciende una antorcha y se arrodilla a un lado de la princesa para adorarla para siempre.

Así, pasan las horas que se convierten en días, los días en semanas, tiempo durante el cual la antorcha permanece encendida hasta que llegue el invierno, y la nieve apaga el fuego, esa misma nieve que cubre sus cuerpos poco a poco. 

Sorpresivamente, una mañana al salir el sol, los cuerpos de Iztaccíhuatl y Popocatépetl estaban convertidos en volcanes, dicen que por obra de los dioses para mantenerlos unidos para toda la eternidad. 

Incluso en nuestros días, los pobladores de las faldas del Popocatépetl aseguran que los restos de la lava que emergen del cráter provienen de los latidos del corazón que aún se encuentra enamorando a la princesa (IMAGEN RADIO, 2017).